En
el mundo laboral es muy frecuente recurrir al recurso de aplicar
premios o castigos para lograr cambios en algún aspecto de las
personas.
Dar
premios o menciones públicas a un empleado por un buen trabajo,
poner como regla que quien cometa algún error puntual pague algo
para sus compañeros, bonos anuales por obtención de objetivos,
ausencia de aumentos de sueldo por malos resultados, comisión por
ventas.
Es bueno saber que
estas son acciones que nacen de la teoría de B.F. Skinner, llamada
conductismo radical. Es muy interesante conocer un poco más del
trabajo de Skinner. Ver, por ejemplo, cómo llego a sus conclusiones
experimentando con palomas y ratas, explorar su visión del hombre
como entidad absolutamente controlable, carente de autonomía y
libertad.
A los ojos de este
hombre, incluso el amor al prójimo se da por una cuestión de
refuerzos. Alguien actúa bajo los parámetros que podríamos
caracterizar como amor, sólo porque obtiene estímulos que refuerzan
su comportamiento. Los invito a leer un poco sobre su obra y sus
pensamientos.
Pienso que una de las
razones de la popularidad del uso de los premios y castigos es que
funcionan. Realmente cambian el comportamiento de un manera rápida y
sin mayores esfuerzos.
Si a un niño que no le
gusta leer se le ofrece un premio significativo por leer un libro,
probablemente lo haga. El premio no desarrollará en el niño, sin
embargo, interés genuino por la lectura. Posiblemente suceda lo
contrario. El premio transmite el mensaje que la lectura en si misma
carece de valor. El castigo funciona de manera similar.
El premio y el castigo
tienen la atracción del atajo. Son como esa pocima que nos promete
adelgazar sin hacer ejercicio ni cambiar hábitos alimenticios. Es
seductor. Podemos modificar el comportamiento de las personas sin
esfuerzo, sin pensar demasiado, sin preocuparnos por entender que
valora cada persona, sin apostar a un crecimiento genuino, sin
involucrarnos, sin hablar de sentimientos, estados de ánimo,
motivaciones o intereses.
Estoy convencido de que
el recurso de usar premios y castigos para cambiar el comportamiento
es perjudicial. Puede debatirse si es en realidad así. Alguien
podría dar ejemplos de casos donde funciona. Puedo aceptar estas
razones y concluir que es sólo una cuestión de gustos o de
preferencia. Yo diría que tiene que ver con convicciones.
Como manager, yo
prefiero el camino largo. Los atajos nunca me resultaron simpáticos.